Un enorme esfuerzo.

   Un último giro en un tornillo terminó de apretar la concha que cubría aquel artificio, nada espectacular, más bien bastante simple a la vista. Sin embargo, su mecanismo sí que se enredaba un poco, un botón blanco y dos más amarillos del mismo tono adornaban la parte delantera, como si esperaran impacientemente ser presionados por un dedo esperanzado en su funcionamiento.

   Varios Clics sonaban una y otra vez cada minuto más rápido debido a la desesperación aplicada, no era que ya estuviera en marcha, era que al parecer los botones no surtían efecto alguno al ser hundidos. Un golpe grave se oía cada tanto y era el peso de la misma al desplomarse sobre el piso, ya la fuerza bruta empezaba a hacer acto de presencia, pues funcionaría de una u otra manera.

   Combinaciones entre los botones no faltaron, pues de pronto surgió la idea de que el blanco y los otros dos amarillos en una extraña secuencia echarían a andar el aparato, pero todo fue para nada, a la vista estaba que era imposible hacerle funcionar.

   ¿Qué será lo que hace? Esa era la pregunta que resonaba en la cabeza del individuo que tenía en frente, con una gran interrogante dando vueltas en su cabeza. La estúpida caja sin gracia no hacía más que quitarle el sueño por lo que terminaría haciendo y aun así no lograba nada, era bastante frustrante.

   — ¡Maldito pedazo de basura! —Gritó haciendo eco en la desolada casa, pues la máquina sin gracia y él eran los únicos dos que estaban dentro, él sentado en el piso sin alfombra y ella reluciente a un par de pasos de distancia.

   Los tornillos rechinaban cuando les intentaba dar vuelta y aflojarlos, pero ahora ni siquiera eso funcionaba, parecía como si le hubiesen pegado las tapas con súper cola o algo de ese estilo, ahora ni para desarmarla tenía éxito.

   Totalmente sellada y sin nada más que Clics al presionar sus botones se dispuso a tirarla; ya dando por perdidos los días empleados en intentar salvarla del cesto de la basura que había en el patio. Era lunes y cerca de las nueve de la mañana, el camión del aseo no tardaba en pasar por el frente, debía apurarse si quería que se la llevara con él, sabía que debía esperar hasta el último momento para echarla dentro, sino de nuevo el arrepentimiento le jugaría una mala pasada haciéndole perder otro montón de tiempo.

   Bip bip bip empezaba a escucharse y la manilla de la puerta dio un giro rápido, mientras cargaba la estúpida máquina en la otra mano. Como pudo dio con sus huesudas piernas unos cuantos pasos, cerrando los ojos ojerosos fuertemente por el sol de la mañana que le pegaba un golpe en el rostro. El camión parado en la casa de al lado indicaba que era tiempo de lanzar aquello con fuerza, y así lo hizo. Sonrió satisfecho por haberse deshecho de aquel enfermizo trance, por lo que observó con cautela como la metían dentro. No había sentimiento más lleno de decepción que el que el hombre sentía en ese momento, hasta que miró dentro del camión desbordado de las mismas máquinas inútiles.

   Se dio cuenta que no era ninguna urbanización bonita el lugar donde vivía, ya que nada más habían casas vacías por todos lados. Lo tétrico del terreno sólo le  indicaba una cosa, muchas personas al igual que él no consiguieron hacerle funcionar, a pesar de haber vendido hasta las alfombras con tal de comprarla. ¿Para qué serviría? Eso siempre se preguntarán todos, pues mira si supieran que para nada y eso ya es decir todo.

Luiggy Guillén

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