Enseñanzas


Me enseñaste a sentir cosas intangibles,
casi tan intenso como cuentos irreales.

Me enseñaste a sonreír atemporalmente,
bastaba una sílaba para invocar la dicha.

Me enseñaste a imaginar lo imposible,
ahí estaría yo, junto a ti, sin más necesidades.

Me enseñaste a tener fe en mí mismo,
eliminaste juicios que nublaban mis senderos.

Me enseñaste que la fealdad no existe,
sentía que mirabas más allá de la piel.

Me enseñaste a escuchar con atención,
aún cuando las palabras poco importaban.

Me enseñaste a cometer errores,
valió la pena perder de vez en cuando el orgullo.

Me enseñaste a mirar fijamente a los ojos,
mi sangre fluía con prisa al perderme en los tuyos.

Me enseñaste a desear sin escuchar rumores,
cada beso de ti era gloria infinita.

Me enseñaste a confiar ciegamente,
me podía lanzar al vacío y caer salvo en tus brazos.

Me enseñaste a palpar la desdicha ajena,
mi corazón anhelaba tu regocijo.

Me enseñaste a dudar de mis impulsos,
cada sinsabor fue bien justificado.

Me enseñaste a comprender la ingenuidad,
solía confundirla a diario con esperanza.

Me enseñaste la frialdad de los muros,
empecé a formar los míos piedra por piedra.

Me enseñaste a creer en mi instinto,
las heridas de cada mentira eran la única verdad.

Me enseñaste el temor a la felicidad,
las capas de alegría ya no cubrían los engaños.

Me enseñaste lo fuerte de la ira contenida,
me quemaba por dentro, acababa conmigo.

Me enseñaste a llorar sin ningún consuelo,
las caricias más cálidas eran hielo puro.

Me enseñaste la importancia de los porqués,
desde la ansiedad no se forman respuestas convincentes.

Me enseñaste el significado de la distancia,
esa lejanía de lo que creí que era parte de mí.

Me enseñaste lo que es la verdadera culpa,
crear historias idílicas trae las peores consecuencias.

Me enseñaste a actuar desde la razón,
ignoré cada latir profundo que mi corazón sentía.

Me enseñaste el peso de la decepción,
la presentaste con traje de gala, sonriente y me escupió la cara.

Me enseñaste a odiar sin conocer de límites,
mis terrenos cosechaban un sólo sentimiento.

Me enseñaste todo sobre imperfecciones humanas,
miré más allá de tu piel y no encontré nada bueno.

Me enseñaste que las palabras bonitas se van con el viento,
las que lastiman pesan, nunca se van, las arrastras de por vida.

Me enseñaste a enmascarar la tristeza,
sonreía por fuera, me apagaba por dentro.

Me enseñaste a dormir cobijado de rencor,
cada sueño bonito era tu desdicha.

Me enseñaste a suplicar por finales fortuitos,
toda reflexión nueva era destrucción de sanidad.

Me enseñaste a saludar al perdón desde lejos,
ya no hay nada intenso, sólo hay desidia.

Me enseñaste a sólo depender de mí,
mis convicciones me sanaron y se hicieron más fuertes.

Me enseñaste a comprender los juegos del destino,
ningún lamento emana sin ningún propósito.

Me enseñaste a saborear la única verdad,
ningún cuento irreal se hará jamás posible.

Luiggy Guillén

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