Tan sólo un recuerdo

Todo indicaba que era un día como cualquier otro de octubre, las hojas caían en destellos naranja y tonos enrojecidos, el camino estaba silencioso, a menos que se le prestara atención al aleteo de algunas aves asustadizas.

La carreta empezó a sacudirse y los caballos con los sentidos alerta se detuvieron de golpe.

¿Quién era? El último ser humano que había visto estaba a cuatro días de camino y según los rumores que había escuchado no vería a otro en un par de días más. ¿De quién era la risa que venía de detrás de los árboles y hacía eco entre el vacío? ¿Quién había logrado alterar a mis caballos con quiénes ya había ganado difíciles batallas? No me quería quedar con ninguna intriga.

Bajé de la carroza y acaricié a mis bestias, se tranquilizaron. Escuché otra risa que se confundía en medio de la neblina y ya no sabía si ver o escuchar. Pero, cuando menos me percaté, algo vino a mí y me susurró al oído: “Eres mío".

Me petrifiqué.

Corrí hacía dónde yacían mis hermosas bestias, ninguna se movía, no había movimiento alguno más allá de la sangre que fluía en un caudal de muerte.

“Eres mío" escuché de nuevo, y al tiempo diez cuchillas se clavaron en mis costillas, me cortaban, me quitaban la vida. Sentí su lengua bífida probar el sudor de mi nuca, y al mismo tiempo ya no estaba en este mundo.

Podía ver más de cien criaturas aladas entre los árboles en medio de un agasajo que parecía éxtasis infinito, se reían aparentemente de mí; sentía todas esas miradas de carbón ardiente quemando algo que no podía palpar, pero que era parte de mí.

Miré al suelo y mis pies tenían pezuñas, giré a mi espalda y observé mis alas doradas y resplandecientes, eran hermosas. Me dejé llevar por ellas y esperé atento al viajero quien a unas leguas de distancia no sabía que pronto estaría a mi lado, esperaríamos juntos a la siguiente alma que se estancaría en el camino; camino que aún sin explicación aparente, ya es mi único recuerdo.

Luiggy Guillén