Quietud



Camino y mis pasos hacen el único ruido que puedo escuchar, aunque a veces también oigo los aleteos de algún ave que se espanta o el recorrido de bichos que huyen al notar mi presencia.

El sendero está iluminado, tanto como lo permite una luna de menguante con el cielo despejado, así que son pocos los lugares donde los árboles provocan total oscuridad.

El silencio siempre me ha parecido un arma de doble filo, si bien es favorecedor contar con la tranquilidad, también es cierto que los sentidos se agudizan, cualquier sonido te puede provocar inquietud y con todo eso el temor también puede asomarse entre las ramas.

La brisa empieza a provocarme frío, lo que me hace contar las horas que faltan para llegar a mi destino, y falta mucho, calculo unas cuatro horas más de camino, pues falta atravesar dos riachuelos y subir un par de colinas.

Saco mi botella del bolsillo y bebo un largo trago de ron, me estremezco de momento y cierro los ojos con fuerza, pues no ha llegado ese efecto en el que los sorbos no queman tanto la garganta.

Paso el primer riachuelo descalzo, y al salir logro ver una curva en el camino, es de esos escasos lugares en los que hay muy poca luz, trato de no pensarlo demasiado y empiezo a amarrar mis zapatos de nuevo, pero algo en ese sitio atrae mi vista como el imán al metal. Algo me inquieta, no quiero acercarme.

Decidido reuno las fuerzas necesarias y continúo, al ir acercándome a la curva mis cabellos se erizaran, ya no quiero ver ahí, sólo observo fijamente mis pasos mientras avanzo con prisa. Puedo sentir algo, estoy seguro, pero no puedo comprobarlo por mi mismo.

Ya habiendo dejado el pequeño tramo atrás empiezo a calmarme, y entonces recuerdo los cuentos de mis abuelos, esas anécdotas que de niño te ponían los pelos de punta, y que al crecer se fueron quedando en el olvido. Entonces, extraño mi antigua casa, en la que cocinabamos a leña y solía salir de caza con mi padre.

Me concentro en otro sorbo de ron, éste me quemó menos que el otro, pero aún así faltan unos tantos más para llegar a mi destino. El frío se intensifica mucho y el silencio me abraza con fuerza. Entonces, la luna desaparece del cielo, las nubes hacen de las suyas en un trecho de camino poco conveniente.

Mis pupilas se dilatan más y mis sentidos están aún más alerta, pues ahora sólo tengo en la cabeza colmillos chorreando sangre, mujeres desnudas de largos cabellos sobre el tejado y hombres mitad bestia pisando fuertemente con sus pezuñas. Los cuentos de mis viejos.

Trato de enfocar la vista en algo que se atravesó en el camino, es una persona. Me detengo y con el corazón saltando en mi pecho hago un esfuerzo en identificar la silueta, me es imposible. Aprieto los puños y empiezo a caminar derecho, pero nunca me acerco a la figura, parece que se aleja cada vez más.

Miro hacia atrás y no logro ver nada, creo que los tragos de ron me empiezan a afectar un poco, río nervioso y recuerdo las palabras de la abuela: Andando solo por el camino es mejor estar “bueno y sano". Continúo, esta vez algo tembloroso y con mucha más prisa.

Viene otra curva y después el segundo riachuelo, cada vez falta menos. Me armo de valor y empiezo a acercarme sin divisar el fondo oscuro, pero esta vez sí pude ver algo.

Hay una mujer, tiene el pelo rubio hasta la cintura y lleva un vestido blanco, sus ojos son azules y su tono de piel es pálido como la tela que la cubre, está descalza y me mira fijamente, me sonríe.

Yo palidezco, me quedo inmóvil y cierro los ojos con fuerza. Miro al piso enfocando la visión para comprobar que lo que tengo enfrente es real, y sí lo es. La mujer sigue ahí, pero no se mueve. Yo empiezo a llorar de miedo, ella ríe en silencio.

Como puedo logro dar un par de pasos antes de tropezar y tomar fuerzas, corro como nunca sin mirar atrás.

La luna aclara el camino nuevamente y puedo ver mi propia sombra alargada en el suelo, a ésta le salen dos alas.

Grito por el pánico sin entender lo que ocurre, hasta que me percato que no es una sola sombra, es mi cuerpo que se mezcla con la cosa que me persigue desde el aire. Hizo un feo sonido estruendoso y yo caigo al suelo, me levanto de ipso facto y echo a andar de nuevo, pero me alcanza, siento sus garras rasguñar mi cabeza y mis hombros.

Desesperado saco mi crucifijo de adentro de mi camisa y empiezo mencionar a Dios una y otra vez, todo entra en calma de nuevo. Ya no hay nada sobre mí.

Me siento y termino mis rezos, aún tiemblo y aún estoy frío.

“Corre", escucho cerca de mí y la figura masculina ahora sentada a mi lado se pone de pie, viste de negro y lleva sombrero. También sonreía.

Empiezo a correr nuevamente, pero no porque me lo hubiera ordenado, es meramente instinto y terror. Escucho carcajadas que vienen de las copas de los árboles y empiezo a llorar de nuevo, no puedo más, estoy en mi límite.

Ni siquiera me percato de que ya atravesé lo que me faltaba de camino, ni riachuelos ni colinas, ni árboles, ni curvas, todo lo que veo mientras corro son mis propios pies, pues no tengo valor para investigar más nada.

Algo me atrapa y forcejea conmigo, es el mismo hombre que había dejado atrás, el que curiosamente reía desde la copa de los árboles. Me golpa, se burla de mí mientras me entierra sus garras en el cuello, me mira fijo con sus ojos rojos mientras me enseña una sonrisa. Tomo de nuevo mi crucifijo y la presencia desaparece.

Logro ver la casa, por fin voy a llegar y estar tranquilo. Me acerco y de nuevo la quietud se apodera de todo, aunque el temblar de todo mi cuerpo provoca castañeteos en mis dientes.

Ahí esta el fogón aún con cenizas en él, cenizas que quizás han esperado por mi muchos años. La puerta esta abierta y entro con sigilo. Mis viejos no están ya, pero aún así me acuesto tranquilo, a pesar de que ahí afuera, unas pezuñas comienzan a golpear con mucha fuerza el piso.

Luiggy Guillén

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